Daremos una mirada muy general, en esta sala, para observar cómo fue el proceso de contacto cultural entre el “hombre blanco” y los grupos étnicos australes, es decir sus características e impacto en el modo de vida de los pueblos originarios, en lo que hemos denominado encuentro de dos culturas. El territorio austral de Chile puede dividirse en dos grandes áreas geográficas con características bastante diferenciadas.
Por un lado está el húmedo mundo de los archipiélagos y canales que se extiende desde la isla de Chiloé hasta el Cabo de Hornos; una tierra inhóspita cubierta de espesas selvas y cuyas precipitaciones pueden llegar a superar en algunos casos los 5000 mm anuales.
Ese mundo, de una belleza singular y esencialmente acuático, estuvo habitado por pequeñas bandas de cazadores-recolectores que deambulaban en canoas por el laberinto de canales en busca del sustento, constituido básicamente por la caza de lobos marinos, aves, peces y mariscos. Los pueblos de los canales australes estaban divididos en tres grandes grupos étnico-lingüísticos: los Chonos, que habitaban las islas situadas entre el archipiélago de Chiloé y la península de Taitao, los Kawéskar, entre el Golfo de Penas y el Estrecho de Magallanes y los Yaganes, habitantes de las islas al sur de la Tierra del Fuego. Con una organización social extremadamente sencilla, sobrevivieron por cientos -quizás miles- de años en un medio ambiente de extrema rudeza.
Sin embargo, el contacto con el mundo occidental alteró radicalmente su estilo de vida llevándolos a su extinción como etnias. Los Chonos desaparecieron en el siglo XVIII, mezclados con los chilotes y sus vecinos más australes, los Kawesqar. Estos últimos, los Kawesqar, sobrevivieron hasta principios del siglo XX, entablando esporádicos contactos con misioneros salesianos y navegantes ingleses y franceses.
El establecimiento de rutas regulares entre Punta Arenas y el centro de Chile y la llegada de loberos chilotes a la zona, desestructuró completamente su estilo de vida. Los Yaganes sufrieron una suerte parecida, y, el temprano establecimiento de una misión anglicana en la región, aceleró el proceso de aculturación.
En la región del Estrecho de Magallanes y Tierra del Fuego el paisaje cambia abruptamente para dar paso a extensas llanuras de coirón y gramíneas, hábitat de camélidos como el guanaco, pequeños roedores y ñandúes. En este mundo de inmensas planicies habitaban pueblos de gran estatura y contextura robusta, organizados en bandas de cazadores-recolectores sobre la base de grupos de parentesco sanguíneo.
Entre el río Santa Cruz y el estrecho de Magallanes vivían los Aonikenk o Tehuelches. Cazadores de guanacos y ñandúes, la introducción del caballo a fines del siglo XVII transformó su estilo de vida, dotándolos de gran movilidad y de nuevas técnicas de caza. La fundación del Fuerte Bulnes en 1843 a las orillas del Estrecho de Magallanes, el contacto con exploradores europeos y la expansión de la ganadería ovina en el último cuarto del siglo XIX, alteraron su modo de vida y terminaron por hacerlos desaparecer del territorio chileno.
En las planicies de la Tierra del Fuego habitaban los Selk'nam, pueblo de cazadores-recolectores pedestres que tuvo un trágico final al ser exterminado por los colonos que se instalaron en la isla a fines del siglo XIX, en el período de auge de las grandes estancias ovejeras.
Todos los pueblos de la zona austral, a pesar de la simplicidad de su organización social, mostraban profundas creencias religiosas y ritos de alta complejidad. En ese sentido, distaban de ser los “salvajes” que pretendían ver los europeos; y fue esa mirada la que de alguna forma contribuyó a despoblar las frías tierras australes de sus primeros habitantes.
En las láminas de ésta sala podemos ver una representación del mito que los aborígenes eran más altos que el hombre español, que promediaba una estatura máxima de 1.70 cm. Lo que ocurría era que los aborígenes, especialmente los Aonikenk se cubrían con capas de piel y botas o calzado de cuero, entonces dejaban unas huellas gigantes, y de ahí venia el nombre de gigante patagón de lo que deriva Patagonia.
Ocurrido el encuentro entre culturas, el hombre blanco introdujo animales desde Europa, pero también traía consigo nuevas costumbres y hábitos, y claro, enfermedades y vicios: el alcohol, el tabaco, pestes de viruela, sarampión, tuberculosis, entre otros males, empezaron dejar una profunda huella. Se suma a ello, el afán evangelizador, que tuvo como epicentro de la actividad salesiana a la Isla Dawson, frente a las costas de Punta Arenas.
Allí se levantó un establecimiento para enseñarles a vestirse, ya que la desnudez se consideraba impúdica, se les instaba a comportarse como seres civilizados, y a trabajar en labores domésticas a las mujeres y a los hombres en faenas del campo. Otro ejemplo, que vemos ilustrado en una de las láminas, ocurre en 1884, cuando arribaron 4 barcos a la Misión Anglicana de Ushuaia, con el fin de establecer la presencia Argentina en el lugar.
La misión contaba en ese entonces con 16 años de existencia desde que fuera fundada por el misionero protestante inglés Lucas Bridges.
Cumplido este propósito los barcos partieron rumbo a Punta Arenas llevando consigo a 7 Yaganes como prácticos, para ayudarlos en la peligrosa navegación de los canales, sin embargo durante el viaje los yaganes contrajeron fiebre, y debido a esto solo sobrevivió 1, pese a que fueron cuidados por médicos de la época, como Álvarez, Fenton y el propio Bridges.
En una de las láminas apreciamos a un hombre blanco, vestido como Aonikenk, junto a sus hijos. Los colonos que empezaron a llegar a estas tierras, eran de origen europeo en su mayoría, y buscaron relacionarse con los Aonikenk, porque eran más parecidos a su propia fisonomía. En lámina contigua, podemos apreciar a un colono con el Cacique Mulato (líder entre los Aonikenk) y que era frecuentemente invitado a las reuniones sociales para hacer acuerdos territoriales.
Ahora seguiremos adentrándonos hacia tiempos cada vez más modernos en la sala Descubrimiento e Intentos de Conquista.